jueves, diciembre 18, 2008

La desbordada alegría de los artífices

ARTURO GODOY
hizo historia ante Joe Louis

y en su consagración al sacrificio

fue la quintaesencia del Boxeo



Arturo Godoy celebrando al cabo
de su primera pelea con Joe Louis




GODOY
La efusiva alegría del grandioso iquiqueño

Aveces se piensa que las grandes derrotas del boxeo merecen solo cantos de tristeza y de rabia, pero en el caso de Floridor Perez solo se trata del canto a la derrota escuchada o como bien lo pinta su poema, padecida a través de una dramática transmisión radial de la RCA. ¡el alma les dolía a los oyentes!

Pero nada más propio del boxeo que la íntima alegría del final. Esa que más allá de la victoria o la derrota, surge de saber ya consumada una grandiosa y elocuente representación de sentimientos y pasiones que se funden como en la vida, y de haber subordinado para ello también una grandiosa cuota de doloroso sacrificio, de fe ciega y meramente de honor, de altivo honor por esa realización. Nada más propio que el éxtasis que se le genera al pugilista, no más de ver la flamante creación y alcanzar la comprensión de lo que sería la
razón de ser
de las peleas de boxeo. Y nada más sublime que la alegría del boxeador que ha honrado su profesión, imprimiendo sobre su obra el sello de su profunda vehemencia individual, transfundida con la consciencia que abraza los anhelos y valores concedidos por su terruño y su orígen. Nada más natural que sentir en esos momentos, imbuirse dentro del pecho una exultante y desbocada alegría de orgullo.


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Breve biografía de Arturo Godoy,
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Aunque caía y caía a la lona, Arturo Godoy se levantaba para seguir peleando. Nunca antes un boxeador le había dado tan dura batalla al temido Joe Louis.

Oriundo de Caleta Buena, bueno para nadar. Le gustaba el mar del norte, las escapadas de treinta y treinta y cinco kilómetros a Iquique con sus amigos. Soñaba con salir de la pobreza, de sacar de la miseria a su madre doña Vicentina Urbina de Godoy y a sus hermanos. El hogar era mínimo. El padre, Arturo Godoy llegaba a la pampa, a veces con algún dinero. Unas semanas de pescador y luego, se iba por meses, a vagos trabajos, a exploraciones. Mientras tanto el niño Arturo trabajaba como mariscador, y le daba fuerte a los remos, levantaba redes, recogía espinales, haciéndose mayor entre los pescadores y en las tardes nadaba.


Cuando cumplió los dieciocho años ingresó al regimiento Carampangue en Iquique. El atleta llamó la atención de un oficial. Incansable en el trote, inalcanzable en la natación, buceador de largo aliento y boxeador que derrotaba al más pintado de sus oponentes. “Prueba con los guantes. Tú puedes llegar a ser un buen peso completo”- le sugirió, comenzando a entrenarlo.
Muy pronto viajaría a Santiago como aficionado a pelear al Campeonato Nacional de Boxeo donde fácilmente logró el título de campeón de Chile en la categoría medio pesado. Sólo tenía dieciocho años. En esa época conoce a Luis Bouey, el manager del Tani Loayza, quien se estusiasma con Godoy.


Paso a paso iba ascendiendo, perfeccionando su técnica. El muchacho es obediente, aprende rápido. Al poco tiempo se va a Cuba. No tiene rivales en Chile. De La Habana, a Tampa, a Miami. Van cayendo boxeadores en Chile y en el extranjero. Ya es todo un ídolo nacional. En 1936 debuta en el Madison Square Garden. Empata con Al Ettore y luego idéntico resultado con Leroy Haynes. La noche en que derrota por Knock-out a Jack Ropper muere su gran amigo y conductor técnico Louis Bouey. Se pone en las manos de Lou Brix. Vence a Otis Thomas, a Art Sykes. Ya tiene 24 años y está entre los grandes. Enfrenta a Tony Galento, “el cervecero Galento” que había tirado con su derecha de miedo a la lona nada menos que a Joe Louis. Godoy lo derrota por puntos.


Luego de unos meses vuelve a Sudamérica y vence a Ans Birkie y a Alberto Lovell. Con este triunfo se convierte en campeón de los pesos pesados del continente. Y ya estaba listo para enfrentar a Joe Louis.

El 9 de febrero de 1940, en el Madison Square Garden de New York fue el combate. Godoy tenía 28 años. “ Esa noche hacíamos fuerza. Godoy caía y volvía a caer a la lona. Se incorporaba, iba hacia el negro, la multitud rugía enardecida. Godoy con la cara sanguinolenta, hinchada, tirando sus manos a ciegas, cae de nuevo, sigue Godoy, vuelve al combate, transcurren los rounds, hay que detener la pelea, no ¡arriba Godoy! ¡arriba Iquique! ¡arriba Chile! Suena la campana final. Gana Joe Louis...Es un triunfo de todas maneras. Nunca un boxeador chileno había llegado tan lejos.


El 20 de junio de ese mismo año, Godoy va por la revancha en el Yankee Stadium. Pero ya no fue lo mismo. Godoy ha descuidado su entrenamiento, está gordo. Animoso, sí. Pero nada puede contra un Louis en sus plenos poderes. “El bombardero de Detroit” lo bombardea hasta casi destruirlo. En el octavo round Godoy cae cinco veces. Es el fin de una ilusión.
Después de su derrotas con Louis, Godoy continuó boxeando profesionalmente hasta el año 1951 y anunció su retiro definitivo en 1953 dejando vacante su título sudamericano de peso pesado. Falleció el 27 de agosto de 1986 a la edad de 73 años

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Y la fría indiferencia de Joe Louis.


Cuando algunos especialistas aprecian las peleas de boxeo como si se tratara de carreras de caballos, donde alzarse con el instante final pareciera ser lo único que cuenta, y donde el valor supremo del honor deportivo va desvirtuado escatológicamente por el recorte completo de luz a todos los cuadros que componen la secuencia anterior al momento culminante del "cruce de disco", entonces, lo único trascendente que se sabe de esos especialistas, con pura y reveladora certeza -parafraseando al gran Sócrates- es que no saben nada o que no alcanzan a ver nada, lo cual es lo mismo.

Asistir a las peleas de boxeo suele ser lo mismo que asistir al des-arrollo de una composición artística. Donde los artífices de la creación son como dice Ricky Ray Taylor,
grandes develadores de la obra y no tanto sus fabricantes. La obra en sí, ya está formada por cierta magnificencia de atributos que los púgiles tendrán o no tendrán la suficiente entereza y determinación de develar. El ring es el lugar donde eso deberá plasmarse, o mejor dicho, salir a la luz.


Y cualquier cosa que pueda proyectar una pelea de boxeo sobre la capacidad individual de compasión o involucración de un determinado observador, merecerá siempre mucha mayor atención que las miopes conclusiones que se obtengan de algo que, de por si, no posee más que una ínfima y estéril incidencia de contabilidad estadística: eso que se anota bajo el rótulo de "resultado oficial".

Con el correr del tiempo, de todas las grandes peleas de boxeo y más aún de aquellas disputadas entre los grandes artífices de la lid, no se verá relucir demasiado la hojarasca de la polémica, ni quedará demasiada tela para cortar de los dictámenes que dieron los jurados, fueran ellos parciales o imparciales, ni tampoco de las apreciaciones sesgadas que suelen tener los aficionados, que por lo general quedan compenetrados y contaminados por el arrobamiento de sus propias percepciones, ni de las palabras "autorizadas" de los críticos, ni de ninguna otra cosa más que de la exposición directa y concreta de los contundentes hechos sucedidos arriba del ring.

Aquello sucedido en el ring es lo único que hablará por si solo.
Y en ese sentido la pelea en si es la única pieza compuesta de material trascendente. Al decir la pelea en si me estoy refiriendo a "toda" la dinámica de la representación, a la íntegra y contínua secuencia que se expande entre la puntada inicial y final de toda la acción, no solamente al cuadro postrer de la campanada final o el del anuncio del fallo.


Joe Louis vs Arturo Godoy I, 09/02/1940


Cada pelea es como una obra artística subjetiva y atemporal, que necesariamente va a quedar a resguardo de las valoraciones de los comentaristas y de los retoques impuestos por los curadores contemporáneos, y va a seguir brindando futuras posibilidades de reinterpretación y reelaboración sobre la base de los siempre cambiantes parámetros de juicio. El arte del boxeo es similar al del teatro.

Exhibe la misma variedad de reflejos que emanan ininterrumpidamente de las fuentes del
alma humana, de la vida, del esfuerzo diario, del coqueteo con la fragilidad y fugacidad de las cosas amadas, por las que vale la pena luchar y arriesgarse y de relación tortuosa con la misma muerte, bajo la indulgente mirada de un misterio todopoderoso.
Pero el boxeo no se conforma con recrear la trama histriónica de algo tan grosso como la vida, por medio de efectos, maquillajes, marquesinas, luminarias, atuendos...

La acción del boxeo prefiere la autenticidad del efecto real del cansancio, del dolor, del redaño, de la impotencia y la exultación
del goce que en su caso, no es representación de representación y no es el espejo de una historia fingida.



Ni el público "espectador", ni los actores "protagonistas" que acaban de cerrar una manifestación de arte vital irrepetible, en el que abrevaron la majestuosa presencia del carácter, el empeño, los vicios y las virtudes con idénticas fuerza y vivacidad con que dominan en la vida real, pueden salir indiferentes. Como lo hace el teatro, el boxeo también moviliza esa catársis emocional y colectiva.

LOUIS

Devastador y notable


Hay una buena coincidencia entre los especialistas para considerar a Joe Louis entre los 10 mejores boxeadores de todos los tiempos. Muchos historiadores y aficionados de boxeo sostienen sin más, que fue el mejor peso completo de toda la historia y no es extraño que así lo parezca. Poseedor de una pegada formidable, ambidiestro, excepcionalmente armonioso, elegante en sus movimientos, siempre con su guardia bien armada, veloz, certero como pocos otros pesados históricos, austero y selectivo a la hora de lanzar sus golpes hasta el punto de desarrollar unas cuotas tan altas de "aciertos sobre golpes arrojados" que serían inimaginables por estos días y un especialista depurado en la técnica de combinar andanadas letales apostado desde cualquier ángulos que se le ofreciera.
El mejor peso pesado

Paradójicamente, el mejor peso completo de todos los tiempos rara vez estuvo por encima de las 200 libras o de los 90 kgs de peso, aun a pesar de su altura de 188cm y su enorme envergadura de brazos de 193cm. Fue el campeón del mundo de más largo reinado-1937/1948-, y cuenta con un racimo de nocauts memorables sobre Primo Carnera (118 kgs), Max Baer, "Cinderella Man" Jim Braddock, su primer vencedor y archirival Max Schmeling, Tony Galento y su obra maestra de 1941 ante Billy Conn en el mitico Polo Grounds de New York, en lo que se describe como la más bella y letal combinación de 6 golpes certeros aplicados desde una condición desesperada, luego que él mismo recibiera una inesperada seguidilla de parte del muchachito de Pittsburgh.

Louis dejó tras su paso por el boxeo un legado de estatura legendaria. Su influencia estilística se proyecta sobre un vasto número de figuras modernas, que habiendo abrazado y emulado su místico porte, reeditaron casi sin excepción su marcha consagratoria. No es que Louis fuera un "grande entre los grandes" solo por haber logrado alcanzar notables marcas y metas deportivas. El estilo Louis, la forma de competir de Louis fue lo que triunfó más allá de toda discusión.


Louis protagonizó para su época una verdadera revolución técnica y atlética. Louis entendió como nadie el arte de utilizar todo el ring de manera estratégica y metodológica y derrumbó la concepción histórica de lo que significa ganar terreno en posiciones ofensivas y defensivas. Y también Louis archivó para siempre la idea de ese competidor de primera línea apenas responsable, "romántico" poco apegado al esfuerzo del gimnasio o semi-proifesional. Después de Louis ya fue practicamente imposible concebir ese tipo de campeones, que descuidara una exhaustiva preparación previa y renegara de un profundo apego por el perfeccionismo constante.




Louis fue un gigante de dimensiones inverosímiles, y ante los ojos del Iquiqueño Godoy fue la piedra de la que se forjó la obra suprema del pugilismo trasandino.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Preciosa columna. Te felicito.