martes, abril 28, 2009

El síndrome de Jermain Taylor

Síndrome de Taylor


Taylor derriba a Froch en el tercero, 
cuando todo estaba por empezar


La derrota de Jermain Taylor a manos del invicto británico "La Cobra" Carl Froch por el título Supermediano del CMB, invita a redebatir algunas referencias y definiciones de manual.

El boxeo es un arte libre-expresivo por excelencia y es particularmente intolerante a la posibilidad de dejarse arrinconar contra las cuerdas de algún encasillamiento subjetivo. Pero nada parece más cercano a la verdad y verificable a estas alturas, que la expresión tautológica que reza que el boxeo no es ni más ni menos que "el arte de los boxeadores".

Y valga la redundancia para señalar que más allá de toda definición, la profesión y el pasatiempo del hombre de ring nunca está por delante de la naturaleza y del alma misma del hombre de ring.






sobre el final llueven las balas y Taylor
queda devastado por su propia indefesión




Antes de poner en práctica los conceptos de su oficio, por más preclaros que se los tenga, el primer interrogante que debe despejar el púgil antes de subirse al ring, es el de saber si se es o solo se desea ser un boxeador.

Ninguna técnica, dominio, pericia ni aprendizaje adquirido, ningún talento pulido o desarrollado, lleva por si solo al hombre o mujer que desea boxear a convertirse en un boxeador.



25/04/2009 - Foxwoods Resort Casino,
Mashantucket, Connecticut, United States


Jermain Taylor vs Carl Froch


No se puede definir excluyentemente que boxeador sea todo aquél que "va al frente, a pegar, a recibir y a volver a pegar" y que boxeo no suponga tener también una estrategia, una línea, un estilo o una estudiada carta de recursos para contener y afrontar las diversas situaciones de la contienda.

Pero luego de decantar los rudimentos más básicos, lo único que presupone e identifica al boxeador es su plena y clara resolución a dar y a recibir, eventualmente, cierto castigo. Y una inclaudicable disposición a responder al mismo y a reponerse siempre ante los duro trances que deriven de recibir o dar castigo. Y a seguir haciéndolo hasta llegar a "los límites" particulares que impone la dura actividad del boxeo.

El boxeador nunca se prepara para recibir castigo, es cierto, sino para evitarlo. Pero ante la eventualidad de recibir castigo no podrá decir que este era inesperado, o que no estaba preparado para recibirlo. Tampoco puede quedar a mitad de camino, irresoluto, a la hora de encontrarse forzado a definir por la administración de castigo a su rival.

"Ser boxeador" es la única preparación que se espera de todo púgil. Esta verdad de perogrullo es la única certeza ciega que encuentra comprobación en la realidad a la hora de trepar al entablado.

Y el límite hasta el que debe estar dispuesto a continuar, es el que queda impuesto por la presencia del rival. Por la presencia de las adversidades inesperadas y por la presencia de las oportunidades que deben ser aprovechadas.

Por cierto que el boxeo no es un deporte tan individual al fin, en un estricto sentido de la palabra. La comprobación de los propios límites surge de la presencia de otros competidores. Y de las circunstancias. El púgil superior es únicamente el que se ha medido ante los mejores adversarios y ante las más duras adversidades y... oportunidades. Y ninguna otra cosa más que conservar supremacía aún delante de esos límites, es lo que genera a los mejores boxeadores.

No se puede ser el mejor "libra por libra" solo por relucir records o cinturones, ni se puede siquiera aspirar a ser reconocido como boxeador de casta sin haber superado efectivamente los límites que fijan rivales y las contingencias adversas o favorables, pero siempre inesperadas.

Y el artesano boxeador, de acuerdo con los cánones primarios del rudo deporte, está obligado a valerse primordialmente de sus puños. Y en posterior instancia, podrá valerse también de sus piernas o también de los artilugios y artimañas. Pero en ese orden, no en el opuesto.

Ningún tipo de boxeo, por virtud fundacional, podría enaltecer otro mérito que aquél exhibido por el boxeador que más y mejor pega, más y mejor encaja o tolera los golpes, menos corre y mejor reacciona ante la adversidad o la fortuna. Porque la técnica y la elegancia brillan si, cuando van acompañadas al fudamento virtuoso del peleador, nunca si se dan desprovistas de él.

El perfil del púgil ideal requiere del balance perfecto entre los componentes y los atributos.

Buena pegada o buena capacidad para golpear, buena capacidad para asimilar los golpes del rival, coraje o corazón para salir airoso de los momentos difíciles y a la vez naturales del boxeo, buenos recusos técnicos para otorgar realce y valor agregado a la tarea de imponer la superior fuerza, calidad o voluntad, e inteligencia, para identificar las mejores dotes a emplear sin abstenerse de hacer honor a los mandatos del ideal deportivo.

En ese marco, el boxeador que confía en la superioridad de ese balance competitivo integral no anda con rodeos, va y pelea. El que no confía más que en sus recursos técnicos o en su potencial atlético, está perdido arriba del ring.

Es un engaño mayúsculo suponer que en el boxeo se puede llegar a ser "superior" solo con "tecnica" o preparación física.

Esa será siempre una superioridad apenas relativa, sino directamente engañosa, que derivaría de no haberse cruzado aún con la horma de su zapato, o con los trances de la verdadera contienda. Sería el engaño o Síndrome de Jermain Taylor por llamarlo de alguna manera.

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