La luz que encandila la memoria viene desde el centro de un ring en el Estadio Hiram Bithorn de San Juan de Puerto Rico. El bullicio confirma la llegada del campeón, que luce bata negra con detalles en blanco y avanza lentamente entre la muchedumbre que lo estrecha y le regala su fervoroso apoyo. Entre palmadas y gritos de "Chapo!, Chapo!," el calor insufla los pechos de intenso sentimiento de orgullo nacional, un orgullo que viene a caballo de un presente que obnubila toda sensatez.
Al sonar la campana del primer round, las máquinas que avanzan en rumbo de colisión están repletas de un combustible altamente explosivo. Ramirez sale resuelto a poner en práctica su estrategia, la de marcar con su jab derecho una discreta distancia que le servirá para clavar sus manos cruzadas, con las que intentará doblegar a Rosario sobre la base de su mayor poder letal. Pero no han transcurrido siquiera los primeros 20 segundos de pelea, cuando ya está recibiendo cuenta de protección de parte del árbitro texano, Steve Crosson. El campeón le había largado su primera estocada profunda y Ramírez parece entenderlo recién cuando se está incorporando. Rosario lo hizo pasar inteligentemente, con dos esquives previos, y sobre la tercera mano de apertura lo anticipó con un directo al rostro, para dejar a Ramírez sentado sobre la lona.
Las siguientes 7 u 8 salvas de Rosario explotan sobre la humanidad de Ramírez que se ve obligado a retroceder perdido. Desorientado atravieza de una a otra esquina del entarimado. Luego de este tormento inicial, se planta a responder con su pesada mano izquierda, pero el campeón se aparta manteniendo la prolijidad de su guardia bien armada, y dando un paso de contragolpe rápido, lo conmueve de pleno primero con una izquierda en punta y luego con un derechazo -el más potente del round- que aturdirá al mexicano durante los siguientes 10 o 15 segundos. Rosario sigue avanzando y golpeando de manera terrible al mexicano, que mostrando un coraje increíble, sostiene a pie firme la avalancha y cuando puede contestar, lo hace siempre con fiereza y desesperación. Aún no se cumplió ni la mitad del asalto y Ramírez, que va en permanente retroceso, parece que ya renunció a su plan ofensivo por causas meteorológicas: la lluvia de golpes certeros con los que el Chapo le está recordando sus credenciales. Para los últimos 55 segundos, la pelea ya ha saltado a un nivel superior de castigo, donde entre la artillería salvaje de ambos bandos, el rango de los aciertos favorece al campeón por una proporción mayor de 10 a 1. La valentía de Ramírez para campear los durísimos golpes recibidos en los últimos 15 segundos de vuelta, y plantarse a responder "de igual a igual," aunque de forma cada vez más esporádica (espasmódica), roza ya un émulo de kamikaze.
Al comenzar el segundo round, Ramirez aparece totalmente recompuesto. Da toda la impresión de querer olvidarse de lo sucedido hasta hace instantes y busca retomar el libreto perdido a los 20" de la vuelta anterior. Derechas de apertura en jab preparando el terreno y un momento oportuno, para cañonear a un rival con armas más ligeras y de munición más surtida. Y otra vez, bastan solo 20" para que Ramírez se vea otra vez forzado a retroceder ante el avance impecable del campeón, que lo rechaza con una nueva tormenta de golpes de media distancia, que recorren toda la gama de matices que figuran en los libros. La cabeza primero, y detrás también el cuerpo de Ramírez son llevados contra las cuerdas, donde la abrumadora limpieza de los envíos de Rosario se acumula sobre su oponente hasta desplomarlo inerme sobre la lona. En este punto, el árbitro podría haber detenido las acciones y decretado tranquilamente el KOT. Pero el instinto de valentía de Ramirez, lo regresa rápidamente a la contienda, faltando exactamente 2 minutos para llegar al otro extremo de la vuelta. Los siguientes 30 segundos son los más difíciles de la pelea para el retador. Primero porque comprende que su trabajo de apertura con la mano derecha es totalmente desacertado. Segundo porque Rosario no le da tregua y si bien su mente está clara, hay muestras de fatiga y dolor que lo llevan por primera vez a apartarse de la masacre directa. Rosario sigue certero y prolijo y coloca una andanada de violentos impactos ascendentes y cruzados, rectos y voleas que siempre explotan en el blanco conmoviendo el cuerpo y la cara del mexicano, como bombas arrojadas sobre un bunker. El boxeo de Rosario maneja el ataque a voluntad, pero su poder de fuego se muestra hasta este momento, dramáticamente débil o incapáz de perforar la resistencia del oponente. Cada fase de agresión de Rosario es sostenida en pié por Ramirez, que sobre el último impacto recibido esboza siempre sus reacciones y respuestas de fuego. Sobre la marca de los 36 segundos finales del asalto, en respuesta a esos intentos de contrataque deseperados, Rosario se va con todo a buscar el nocaut. Una y otra vez vuelve a alcanzar y a sacudir a Ramirez con manos plenas, pero pese al castigo brutal que está recibiendo, Ramirez apenas si regresa a su rincón un poco mareado.
La cantidad de golpes violentos impactados no tiene correlación con el estado de los púgiles. Ramírez vuelve a salir para el tercer round con su misma frescura del comienzo de la pelea. Su problema sigue siendo el no poder hallar una distancia favorable. Cualquier intento ofensivo de su parte, representa el ingreso en una zona de intercambios donde la velocidad y exactitud de los envíos de su rival, pronto lo abruma y lo coloca en repliegue. Esa circunstancia se reitera y a los pocos segundos de regresar la acción, Ramirez ya está de vuelta sobre las cuerdas recibiendo un castigo fenomenal. El temporal de azotes de parte de Rosario parece no encontrar el punto de quiebre físico de Ramirez. Pronto, sobre cualquier pausa del boricua regresan las respuestas del mexicano que no han perdido ni ampulosidad ni vehemencia. De pronto, al quedar Ramírez sobre una de las esquinas Rosario encuentra los espacios para rematar a voluntad. Ramírez lo comprende y sale rápido del encierro. Pero el Chapo ya le encontró el camino y trata de ponerlo otra vez contra el rincón. En su intento por forzar la marcha, Rosario recibe un potente uppercut de zurda y sin cesar el avance, al tenerlo ya casi atrapado en la esquina, Ramírez lo coneta con un segundo zurdazo abierto, a la sien. El golpe es vital y da vuelta por completo el trámite del asalto. Con enormes síntomas de vitalidad, Ramirez sale a la caza del campeón y a fuerza de potencia lo va llevando en franco retroceso. El campeón atina a cubrirse y esquivar como puede la represalia. Y aun en este momento de zozobra, en medio del desbande, logra conectar al agresor con dos derechazos y un uppercut potentísimos. Pero su suerte está echada, al entrar en la segunda mitad del tercer round, Ramírez pasa a exhibir una impensada superioridad física y psicológica, que ya parece de dominio definitivo sobre su virtuoso rival. Por mucho que la voluntad de Rosario y la gritería del público lo empujan a retomar la iniciativa, es ahora la presión incesante del mexicano la que vapulea por momentos la integridad del local. Como nunca antes en la pelea, Rosario se ve rehuyendo el combate o aferrándose al cuerpo del rival. De a poco, y en base a una inquebrantable fortaleza física y anímica, Ramirez va encontrando la distancia para hacer valer el poder de sus duras manos.
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