El "Príncipe" británico de origen yemenita Naseem Hamed (57,152 kg), especie única, dotado de una rara capacidad natural para urdir indescifrables enmascaramientos del ritmo y de la distancia. Heterodoxo en sus posturas de mentón adelantado y de guardia caída. Irreverente y ecléctico showman desenfadado, verborrágico y hábil prestidigitador para llevar el desarrollo y la definición de las peleas a la zona en que sus inverosímiles contorsiones de cintura, su plasticidad de desplazamiento, su sensacional balance -o desbalance- del cuerpo, su velocidad de piernas y de manos, su innata agresividad e irascible temperamento, tornaban las lides en emocionantes refriegas, donde su certera pegada de noqueador hacía el resto.
El 7 de abril de 2001, a más de tres años de su desembarco en suelo norteamericano, subiría al ring del MGM Hotel Casino de Las Vegas, en otra "función" que había sido promocionada bajo el título "Jugando con Fuego" con la idea de "barrer" a un mexicano de nombre Marco Antonio Barrera (57,152 kg), apodado "Babyface Assassin,"(perdón Josh Barnett) que tenía antecedentes recientes de dejarse llevar por su sanguíneo temple azteca, hacia dramáticos cruces donde abandonaba su línea defensiva y podía ser fácil blanco para las andanadas del gran ilusionista europeo. Hamed (35-0 /31KOs) , y su compendio de artimañas habían deslumbrado durante mucho tiempo a los espectadores de Escocia, Inglaterra y Gales. Y luego de los triunfos ante Wayne McCullough y Cesar Soto, lo mismo estaba ocurriendo en los EE.UU.
Las Apuestas estaban en favor del Principe a razón de 7 a 1 y los críticos vaticinaban lo que sería un episodio más cercano al vodevíl, que a la disputa del cetro pluma de la OMB (vacante) que estaría en juego. No había equivalencias entre la volatilidad vertiginosa de Hamed y la pausina, pero previsible entrega de un boxeador curtido, que no tardaría en perder la calma para dejarse arrastrar por el torbellino incontenible.
A expensas del montaje de la TV, más extraordinario que nunca, la subida al ring del británico estuvo rodeada de ensordecedor ambiente con música árabe, humo de colores y fuegos artificiales, aro de trapecio para trasladar a la figura estelar y baño inesperado de cerveza por parte de los afisionados latinos desde las graderías. Solo por esta véz, el clown ingresó al ring sin su acostumbrada cabriola por encima del encordado. Lo hizo normalmente, pasando entre las cuerdas, como si intuyera que el humor de la arena de Las Vegas, abarrotada de un gentío mayormente hostil, estaba como tensa y sin el habitual marco de entusiasmo tan necesarios para realizar sus pases y sus trucos.
Marco Antonio Barrera se preparó durante 6 semanas. No solamente exhibió un estado óptimo y veloz. Se preparó de manera brillante en una pose estratégica de contragolpeador que nunca hubieran imaginado quienes hubieran visto sus recientes riñas ante Morales (Derrota por decisión dividida en 12), el KO1 frente al hermano de Popó, Luiz Freitas y el TKO6 frente al hawaiano Jesus Salud, ambas en peso super batam (120 lbs). De hecho Barrera hizo todo lo contrario; nunca fue encima de Hamed, siempre evitó la corta distancia, del primero al último round lo trabajó desde afuera y sistemáticamente le giró hacia los costados para acertarlo una y otra vez con el jab, con el directo y con el gancho. El Príncipe cayó en su propia redada, no lo podía descolocar y a la vez no lo veía venir.
Barreras no iría nunca hacia el. Parecía como si le hubieran cambiado el rival. No había enfrente ningún peleador caliente ni alocado, en su lugar había un boxeador frío, rápido para contestar, acorazado en una guardia compacta y vigilante, serio y peor aún, para nada desesperado.
La inesperada postura ultra-ortodoxa de Barreras ante el desconcierto de Naseem Hamed y del resto del mundo, convirtió a esta pelea en una suerte de batalla decisiva entre el boxeo histórico, tradicional, aferrado a la disciplina y a los pasos de manual, frente al no-boxeo de un fuera de serie, apelando a la pura extravagancia y desfachatez, a su talento histriónico y a las contorsiones. Contrario a todas las ataduras clásicas, y hasta contrario a las leyes de la fuerza, de la dinámica, del equilibrio y la inercia.
Poco pudo intentar Hamed. Cuando saltó -literalmente- al ataque, cada vez que lo hizo, fue dubitativamente y resultó trabado, amarrado o acorralado -literalmente- por Barrera. Cuando intentó marcar una distancia de acercamiento con su cintura, el mexicano extremó los cuidados y mantuvo una guardia alta y la cara bien escondida tras los guantes. Después de los primeros cuatro rounds, las acciones estuvieron dictadas por la acción o inacción del azteca. Este giro de efecto enloqueció a la multitud del MGM. Cada deferencia de burla del príncipe era contestada por una adusto gesto de concentración. Cada bombazo acertado por Barrera era seguido de una sonrisa cada vez menos disimulable del daño. El rostro del británico terminó visiblemente inflamado.
“La táctica fue hacer un combate que me permitiera estar siempre encima de él, pero evitando sus contraataques, y de esa manera lo nulifiqué, no pudo hacer absolutamente nada”, dijo Barrera, quien concluyó el combate sin ninguna huella de la pelea.
Las tarjetas unánimes fueron con Barrera por 115/112 (Duane Ford y Patricia Jarman) y 116/111 (para Chuck Giampa). El boxeo volvió a creer en su propia historia y en la gloria de sus viejas leyendas.
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