Luis Federico Thompson
Nació en Panamá, pero adoptó a nuestro país. su obra maestra fue noquear al campeón mundial Don Jordan en el Luna Park el 12 de diciembre de 1959. Pero, además, tiene una vida de novela...
En la pantalla del cine Achával, el rostro perfecto de Ingrid Bergman le daba carnadura a Juana de Arco. Era la película de moda en 1952. En la platea, un público extasiado empezaba a deleitarse con la historia. Lo de siempre: algunas parejas de novios, matrimonios otoñales... Por el pasillo, con paso firme, el acomodador se dirigió a una de las parejas:
-Federico, teléfono...
-¿Hasta acá me siguen, viejo? ¿Qué pasa?
- Es un tal Cuccinato.
El hombre se fue hasta la boletería y, por supesto, se perdió la película. Había salido una pelea de apuro en Mendoza y el hombre, boxeador al fin, tuvo que cumplir con la obligación.
-Creo que fue la última vez que me llevó al cine... -dice, ahora, recordando el episodio, su esposa Esther Dal Pozzo.
En aquella salida, la primera, cuando rondaba el romance sin concretarse, Federico le había regalado una cadena de oro que había comprado en casa Gold.
-Para hacerla corta, al final de ese año ´52, el 27 de diciembre nos casamos, oficialmente estuvimos dos días de novios, porque de aquel viaje a Mendoza tardé varias peleas sin volver. ¿Querés creer que esa noche ni declararme pude?.
Se ríe Luis Federico Thompson. El negro Thompson, como lo llamamos todos. No hay ninguna exageración al afirmar, rotundamente: uno de los más finos y talentosos boxeadores argentinos de todos los tempos, un crack casi incomparable, elegante, guapo, creativo y convocante. ¿Argentino dijimos? Si, ¿por qué no? Como él mismo die: "Yo soy más argentino que muchos, porque me hice ciudadano por gusto, mientras que otros nacieron acá por obligación".
Ahora, frente a nosotros, en la misma casa de siempre en Castelar, hay café, galletitas y una sonrisa permanente, pues estar a su lado borra cualquier posibilidad de almidón.
¿Por dónde empezar?
Tal vez usted esté esperando, si conoce su historia, el desembarco en Buenos Aires, cuando vino a pelear nada más ni nada menos que con el gran José María Gatica, el Mono.
Error.
Preferimos ser más obvios, quizas porque a veces es bueno comenzar por el principio. Louis Frederick Thompson nació en Colón, Panamá, hijo de padres jamaiquinos. En total fueron once hermanos. Cuando era niño, su familia se mudó a Panamá, al barrio San Miguel. Colegio bilingüe, que le dejó un perfecto inglés. Calles peligrosas, que le enseñaron a defenderse. ¿Boxeo? No, para nada: básquetbol y béisbol, eso era todo.
-Parece que al libro no le faltó ninguna página, Federico...
- Míraaaa... -siempre empieza las frases así, con asento en la "i" y una "a" que se extiende en una especie de quejido- Brown me enseñó, si, pero yo también miraba y aprendía todo. No te olvides de que, en Panamá, el boxeo siempre fue el deporte número uno.
-¿Y el estudio?.
-Míraaa... a mí mucho no me gustaba, aunque llegué casi a tercer año de Medicina. Hubo un momento en que había que trabajar, no se podía estudiar. Yo entonces ya había bajado de peso, andaba por los cincuenta kilos y la cosa empezó a gustarme. Hice 6 peleas como aficionado y ahí me metí a profesional, para ganar guita, ¿Me entiendes?
Debutó perdiendo, hizo luego 16 peleas ganándolas todas al hilo. Es más, logró el campeonato nacional de los livianos ganándole justamente a su gran amigo Wilfredo Brewster, por nocaut en el octavo, en 1950.
Y entonces aparecieron las ofertas: Estados Unidos de América o la Argentina.
-Y elegiste la Argentina. ¿Por qué?
-Creo que el tema fue el color de piel. Yo tenía noticias de que allá, en norteamérica, los negros teníamos algún problema. En cambio acá, en Argentina, las cosas eran mejores. Un panameño, Clarence Sampson, venía de ganarle a José María Gatica, que decían que era un fenómeno. La plata era buena... Yo en ese entonces ya no era campeón panameño, me había ganado Wilfredo Brown. Y si bien la oferta fue para él, prefirió recomendarme a mí.
-Para pelear con Gatica.
-Si, pero para mi era igual. Cuando venía en el avión, encontré una revista. Me llamó la atención un aviso, era un tipo con un saco largo, muy largo. "¿Qué es esto?", pregunté. Me dijeron que era un sobretodo."¿Y para qué sirve?" , pregunté. Para cubrirse del invierno, del frío, me dijeron. "¿Y qué son el frío y el invierno?", pregunté yo.
Cuando aterrizó el avión -uno de Pan American, el 20 de junio de 1952, a las 14:05 horas- se enteró de lo que era el frío.
-Me pusieron en una pensión de Sarmiento y Montevideo. Me hice amigo de un venezolano, Néstor Jackson. Me molestaba todo. El viejo Fiorino (un entrenador italiano, pintoresco como el personaje de un sainete) me obligaba a correr y me moría de frío, fue terrible. Para colmo, me sacaron dos muelas, pesé 58 kilos (Gatica dió 63) y estuve esperando la noche en el camarín pegado a una estufa y con mantas encima. ¡Un desastre!
La pelea tuvo lugar el 17 de julio de 1952. Fue lamentable, porque Thompson se caía solo, anduvo como seis veces hasta que, piadosamente, la pararon en el octavo round.
¿Alguien, aquella noche, habrá imaginado, que terminaba de ver a dos columnas centrales del boxeo argentino contemporáneo, a dos monstruos y que, con el tiempo, serían dos épocas?
-Gatica era eun maleducado, trataba mal a todo el mundo. Me hubiera encantado una revancha, pero nunca me la dieron. Además, con el papelón, peor todavía...
Entre usted y yo: ¿Alguien hubiera pensado en ese momento que Thompson podía hacer carrera?
Seguro que no.
Hoy sigue fumando como una chimenea, insultando como un marinero, rezongando como buen cascarrabias que es y -todo al mismo tiempo- riéndose de todo. No sale casi nunca de casa, salvo los jueves para jugar al Loto o para pasear a sus dos nietas mellizas, Sonia y Sofía que tienen 28 meses. Según su esposa, se la pasa el día mirando tele. Y clava la sintonía donde hay boxeo.
-¿Te gusta el Príncipe Hamed?
-Es un payaso.
-¿Te gustaba Nicolino Locche?
-No, eso no era boxeo.
-¿Carlos Monzón?
-Tampoco. Un día se lo pedí a Brusa y no me lo dió.
-¿Gustavo Ballas?
-Si, algo más-
-¿Quién te gusta entonces?
-No, viejo, acá hubo buenos boxeadores. Cirilo Gil, Oscar Acceffe, Eduardo Lausse, Adalberto Ochoa, El Chino Pita, Gonzalito...
-¡Qué suerte! Pensé que al fin no te gustaba ninguno.
-Míraaaa... A mi me gustan los boxeadores que usan la cabeza para pensar, no para recibir piñas. El boxeo es un arte. El arte de defenderse, de pegar sin que te dejes pegar, es para inteligentes. Cirilo Gil era inteligente, me hacía pensar, me dolía la cabeza de pensar, no de recibir golpes... Hoy la mayoría van al frente, pero son mamporreros, nada más que eso.
-No dirás que Juan Carlos "Rocky" Rivero lo era...
-Más o menos.
Resumamos la historia. O avancemos en el tiempo. Thompson se quedó en la Argentina y empezó a pelear por donde pudiese. Ya estaba casado. Si no peleaba, no comía. Perdido en el interior del país, sumó una campaña casi increíble: 17 peleas en 1953 (ninguna perdida), 16 en 1954 (solo 2 derrotas), 20 en 1955 (2 derrotas, un empate, promedio más de una pelea por mes) y 13 en 1956 (2 empates, ninguna derrota). Pero... ¡No peleaba en el Luna Park!.
En el Luna estaba Lázaro Kosci, que era el manager de tosdos los boxeadores y que una vez me ofreció 50.000 pesos -una fortuna- si me tiraba con Gatica... Lo saqué zumbando. Yo, que había dado hasta 13 kilos de ventaja y ganado igual, lo tomé como un insulto total. Para colmo mi manager, Víctor castillo, no sabía defenderme. Así que, cuando todo iba para mal, pasé a trabajar con Víctor Arnoten y Oscar Casanovas. Y en el Luna cambió la gente. Se fue Kosci, vino don Manuel Morales -un caballero- y al poco tiempo, Tito Lectoure. Logré volver en 1957 y le gané a Ramón Vargas. Y entonces me pusieron con Rocky Rivero.
-Que venía con todo: 21 años, 24 ganadas, 20 antes del quinto round...
-Yo estaba por cumplir 30 años. Doña Ernestina (la viuda de Pepe Lectoure, por entonces al frente del una) me dió la pelea. Lo rompí todo, le dí una paliza tremenda, le dí una lección de boxeo y entonces empezó otra vida, otro tiempo.
Aquel 30 de agosto de 1957, Thompson -como el mismo lo dice- le dió una paliza a Juan Carlos Rivero. Eran los tiempos iniciales de Tito Lectoure. La categoría welter, donde hoy reina De la Hoya, era un nido de boxeadores de primerísimo nivel y podría decirse que no solo les ganó a todos, sinó que además mantuvo duelos inolvidables con Luis Cirilo Gil, uno de los más extraordinarios estilistas que dió esta categoría. Negro el uno, blanco el otro. Finos, inteligentes, tiempistas y bravíos , fueron noches de gala y de fiesta en el viejo y querido Luna Park. Thompson, indisciplinado, canchero, atrevido y hasta socarrón, tuvo que emplearse como nunca ante Cirilo, generando choques que están en la historia grande del boxeo.
Y entonces vino Don Jordan, campeón mundial medio mediano, quien en Brasil le había ganado al crédito local, Fernando barreto.
¿Por dónde empezamos?
-Yo tenía que pelear el 5 de diciembre con juan Carlos velárdez en Tucumán. Para mí era bárbaro, porque el 6 se casaba un gran amigo, Silvio Frías, y yo sería el padrino. Pero el 5 llovió, así que pasaron la pelea para el lunes 8. Pero ese mismo lunes, a las dos de la mañana, Casanovas se vuelve a Buenos Aires y le pide a Arnoten que se tome el avión para dirigirme, porque él tenía otras cosas que hacer. Justo cuando Arnoten iba a tomar el avión, lo llaman del Luna para decirle que estaba todo arreglado para que yo peleara el sábado siguiente , o sea el 12 de diciembre, con Don Jordan...
Arnoten tomó el vuelo inaugural de Aerolíneas que unía Buenos Aires-Tucumán: salió a las 16:00, llegaba a las 20:00 . No había tiempo de parar la pelea.
-Al final peleé, gané, y el martes estábamos en Buenos Aires. No te quiero contar la joda que nos habíamos mandado en el casamiento. Míraaaa... Para decírtelo en un par de palabras: estaba muerto, fundido.
Para todo esto, Don Jordan ya se encontraba en Buenos Aires con un increíble despliegue publicitario. Thompson pidió una semana más: imposible. Cuando terminó el entrenamiento, aquel miércoles, enhebró una sola frase:
-Si ustedes creen que yo estoy en condiciones, peleo.
Y peleó.
Ante un Luna Park absolutamente lleno. Luis Federico Thompson rubricó su obra maestra.
-Yo veía que venía bien para el gancho de izquierda y se lo dije a Casanovas, pero Oscar quería que lo aguantara. Cada vez que yo le amagaba, se cubría como podía- Entonces pensé que tenía que hacer las cosas como yo quisiera, no de otra manera. ¿Qué podía perder?. Estaba seguro de que lo ponía... Dí un paso adelante, giré el cuerpo y le mandé un gancho de zurda al hígado, combinando la misma mano en cross al menton y, cuando ya caía, le pegué una derecha a la oreja, en cross. Voló por el aire, totalmente nocaut. Cuando me fuí al rincón que daba a Madero y Corrientes, sabía que no podía levantarse más y cuando el referí (Hiram Patricio Núñez) le contó el out, todavía estaba borracho...
Era la primera vez en la historia que un campeón mundial en vigencia perdía, y por nocaut, en nuestro país.
Su estilo, aún hoy, visto a través de fugaces cortos de los noticieros, venido de un tiempo lejano y legendario -blanco y negro, imágenes fragmentadas- sigue siendo el clásico boxeo de todos los tiempos, que como los Rolex o los Rolls Royce, jamás pasan de moda.
Un clásico, el negro Thompson -pantalón y botitas blancas- partiendo de su esquina para desparramar talento, alegría, vibración, estilo y personalidad.
Un monumento al boxeo.
CARLOS IRUSTA
Fotos: archivo "El Gráfico"
Edición 4102
19 de mayo 1998
-Federico, teléfono...
-¿Hasta acá me siguen, viejo? ¿Qué pasa?
- Es un tal Cuccinato.
El hombre se fue hasta la boletería y, por supesto, se perdió la película. Había salido una pelea de apuro en Mendoza y el hombre, boxeador al fin, tuvo que cumplir con la obligación.
-Creo que fue la última vez que me llevó al cine... -dice, ahora, recordando el episodio, su esposa Esther Dal Pozzo.
En aquella salida, la primera, cuando rondaba el romance sin concretarse, Federico le había regalado una cadena de oro que había comprado en casa Gold.
-Para hacerla corta, al final de ese año ´52, el 27 de diciembre nos casamos, oficialmente estuvimos dos días de novios, porque de aquel viaje a Mendoza tardé varias peleas sin volver. ¿Querés creer que esa noche ni declararme pude?.
Se ríe Luis Federico Thompson. El negro Thompson, como lo llamamos todos. No hay ninguna exageración al afirmar, rotundamente: uno de los más finos y talentosos boxeadores argentinos de todos los tempos, un crack casi incomparable, elegante, guapo, creativo y convocante. ¿Argentino dijimos? Si, ¿por qué no? Como él mismo die: "Yo soy más argentino que muchos, porque me hice ciudadano por gusto, mientras que otros nacieron acá por obligación".
Ahora, frente a nosotros, en la misma casa de siempre en Castelar, hay café, galletitas y una sonrisa permanente, pues estar a su lado borra cualquier posibilidad de almidón.
¿Por dónde empezar?
Tal vez usted esté esperando, si conoce su historia, el desembarco en Buenos Aires, cuando vino a pelear nada más ni nada menos que con el gran José María Gatica, el Mono.
Error.
Preferimos ser más obvios, quizas porque a veces es bueno comenzar por el principio. Louis Frederick Thompson nació en Colón, Panamá, hijo de padres jamaiquinos. En total fueron once hermanos. Cuando era niño, su familia se mudó a Panamá, al barrio San Miguel. Colegio bilingüe, que le dejó un perfecto inglés. Calles peligrosas, que le enseñaron a defenderse. ¿Boxeo? No, para nada: básquetbol y béisbol, eso era todo.
De su barra de amigos, uno era boxeador: Wilfredo Brewster. Thompson, por entonces un gordito, terminó yendo al gimnasio un poco por emulación del otro. En esos tiempos iniciaría sus estudios de medicina. ¿Quién podía pensar en él como un verdadero boxeador?. Abandonado a su suerte -ningíun entrenador quería perder tiempo con el-, comenzó a tomar clases con Ruperto Brown, un marinero que, a falta de experiencia, le enseñó con un libro.
-Parece que al libro no le faltó ninguna página, Federico...
- Míraaaa... -siempre empieza las frases así, con asento en la "i" y una "a" que se extiende en una especie de quejido- Brown me enseñó, si, pero yo también miraba y aprendía todo. No te olvides de que, en Panamá, el boxeo siempre fue el deporte número uno.
-¿Y el estudio?.
-Míraaa... a mí mucho no me gustaba, aunque llegué casi a tercer año de Medicina. Hubo un momento en que había que trabajar, no se podía estudiar. Yo entonces ya había bajado de peso, andaba por los cincuenta kilos y la cosa empezó a gustarme. Hice 6 peleas como aficionado y ahí me metí a profesional, para ganar guita, ¿Me entiendes?
Debutó perdiendo, hizo luego 16 peleas ganándolas todas al hilo. Es más, logró el campeonato nacional de los livianos ganándole justamente a su gran amigo Wilfredo Brewster, por nocaut en el octavo, en 1950.
Y entonces aparecieron las ofertas: Estados Unidos de América o la Argentina.
-Y elegiste la Argentina. ¿Por qué?
-Creo que el tema fue el color de piel. Yo tenía noticias de que allá, en norteamérica, los negros teníamos algún problema. En cambio acá, en Argentina, las cosas eran mejores. Un panameño, Clarence Sampson, venía de ganarle a José María Gatica, que decían que era un fenómeno. La plata era buena... Yo en ese entonces ya no era campeón panameño, me había ganado Wilfredo Brown. Y si bien la oferta fue para él, prefirió recomendarme a mí.
-Para pelear con Gatica.
-Si, pero para mi era igual. Cuando venía en el avión, encontré una revista. Me llamó la atención un aviso, era un tipo con un saco largo, muy largo. "¿Qué es esto?", pregunté. Me dijeron que era un sobretodo."¿Y para qué sirve?" , pregunté. Para cubrirse del invierno, del frío, me dijeron. "¿Y qué son el frío y el invierno?", pregunté yo.
Cuando aterrizó el avión -uno de Pan American, el 20 de junio de 1952, a las 14:05 horas- se enteró de lo que era el frío.
-Me pusieron en una pensión de Sarmiento y Montevideo. Me hice amigo de un venezolano, Néstor Jackson. Me molestaba todo. El viejo Fiorino (un entrenador italiano, pintoresco como el personaje de un sainete) me obligaba a correr y me moría de frío, fue terrible. Para colmo, me sacaron dos muelas, pesé 58 kilos (Gatica dió 63) y estuve esperando la noche en el camarín pegado a una estufa y con mantas encima. ¡Un desastre!
La pelea tuvo lugar el 17 de julio de 1952. Fue lamentable, porque Thompson se caía solo, anduvo como seis veces hasta que, piadosamente, la pararon en el octavo round.
¿Alguien, aquella noche, habrá imaginado, que terminaba de ver a dos columnas centrales del boxeo argentino contemporáneo, a dos monstruos y que, con el tiempo, serían dos épocas?
-Gatica era eun maleducado, trataba mal a todo el mundo. Me hubiera encantado una revancha, pero nunca me la dieron. Además, con el papelón, peor todavía...
Entre usted y yo: ¿Alguien hubiera pensado en ese momento que Thompson podía hacer carrera?
Seguro que no.
Hoy sigue fumando como una chimenea, insultando como un marinero, rezongando como buen cascarrabias que es y -todo al mismo tiempo- riéndose de todo. No sale casi nunca de casa, salvo los jueves para jugar al Loto o para pasear a sus dos nietas mellizas, Sonia y Sofía que tienen 28 meses. Según su esposa, se la pasa el día mirando tele. Y clava la sintonía donde hay boxeo.
-¿Te gusta el Príncipe Hamed?
-Es un payaso.
-¿Te gustaba Nicolino Locche?
-No, eso no era boxeo.
-¿Carlos Monzón?
-Tampoco. Un día se lo pedí a Brusa y no me lo dió.
-¿Gustavo Ballas?
-Si, algo más-
-¿Quién te gusta entonces?
-No, viejo, acá hubo buenos boxeadores. Cirilo Gil, Oscar Acceffe, Eduardo Lausse, Adalberto Ochoa, El Chino Pita, Gonzalito...
-¡Qué suerte! Pensé que al fin no te gustaba ninguno.
-Míraaaa... A mi me gustan los boxeadores que usan la cabeza para pensar, no para recibir piñas. El boxeo es un arte. El arte de defenderse, de pegar sin que te dejes pegar, es para inteligentes. Cirilo Gil era inteligente, me hacía pensar, me dolía la cabeza de pensar, no de recibir golpes... Hoy la mayoría van al frente, pero son mamporreros, nada más que eso.
-No dirás que Juan Carlos "Rocky" Rivero lo era...
-Más o menos.
Resumamos la historia. O avancemos en el tiempo. Thompson se quedó en la Argentina y empezó a pelear por donde pudiese. Ya estaba casado. Si no peleaba, no comía. Perdido en el interior del país, sumó una campaña casi increíble: 17 peleas en 1953 (ninguna perdida), 16 en 1954 (solo 2 derrotas), 20 en 1955 (2 derrotas, un empate, promedio más de una pelea por mes) y 13 en 1956 (2 empates, ninguna derrota). Pero... ¡No peleaba en el Luna Park!.
En el Luna estaba Lázaro Kosci, que era el manager de tosdos los boxeadores y que una vez me ofreció 50.000 pesos -una fortuna- si me tiraba con Gatica... Lo saqué zumbando. Yo, que había dado hasta 13 kilos de ventaja y ganado igual, lo tomé como un insulto total. Para colmo mi manager, Víctor castillo, no sabía defenderme. Así que, cuando todo iba para mal, pasé a trabajar con Víctor Arnoten y Oscar Casanovas. Y en el Luna cambió la gente. Se fue Kosci, vino don Manuel Morales -un caballero- y al poco tiempo, Tito Lectoure. Logré volver en 1957 y le gané a Ramón Vargas. Y entonces me pusieron con Rocky Rivero.
-Que venía con todo: 21 años, 24 ganadas, 20 antes del quinto round...
-Yo estaba por cumplir 30 años. Doña Ernestina (la viuda de Pepe Lectoure, por entonces al frente del una) me dió la pelea. Lo rompí todo, le dí una paliza tremenda, le dí una lección de boxeo y entonces empezó otra vida, otro tiempo.
Aquel 30 de agosto de 1957, Thompson -como el mismo lo dice- le dió una paliza a Juan Carlos Rivero. Eran los tiempos iniciales de Tito Lectoure. La categoría welter, donde hoy reina De la Hoya, era un nido de boxeadores de primerísimo nivel y podría decirse que no solo les ganó a todos, sinó que además mantuvo duelos inolvidables con Luis Cirilo Gil, uno de los más extraordinarios estilistas que dió esta categoría. Negro el uno, blanco el otro. Finos, inteligentes, tiempistas y bravíos , fueron noches de gala y de fiesta en el viejo y querido Luna Park. Thompson, indisciplinado, canchero, atrevido y hasta socarrón, tuvo que emplearse como nunca ante Cirilo, generando choques que están en la historia grande del boxeo.
Y entonces vino Don Jordan, campeón mundial medio mediano, quien en Brasil le había ganado al crédito local, Fernando barreto.
¿Por dónde empezamos?
-Yo tenía que pelear el 5 de diciembre con juan Carlos velárdez en Tucumán. Para mí era bárbaro, porque el 6 se casaba un gran amigo, Silvio Frías, y yo sería el padrino. Pero el 5 llovió, así que pasaron la pelea para el lunes 8. Pero ese mismo lunes, a las dos de la mañana, Casanovas se vuelve a Buenos Aires y le pide a Arnoten que se tome el avión para dirigirme, porque él tenía otras cosas que hacer. Justo cuando Arnoten iba a tomar el avión, lo llaman del Luna para decirle que estaba todo arreglado para que yo peleara el sábado siguiente , o sea el 12 de diciembre, con Don Jordan...
Arnoten tomó el vuelo inaugural de Aerolíneas que unía Buenos Aires-Tucumán: salió a las 16:00, llegaba a las 20:00 . No había tiempo de parar la pelea.
-Al final peleé, gané, y el martes estábamos en Buenos Aires. No te quiero contar la joda que nos habíamos mandado en el casamiento. Míraaaa... Para decírtelo en un par de palabras: estaba muerto, fundido.
Para todo esto, Don Jordan ya se encontraba en Buenos Aires con un increíble despliegue publicitario. Thompson pidió una semana más: imposible. Cuando terminó el entrenamiento, aquel miércoles, enhebró una sola frase:
-Si ustedes creen que yo estoy en condiciones, peleo.
Y peleó.
Ante un Luna Park absolutamente lleno. Luis Federico Thompson rubricó su obra maestra.
-Yo veía que venía bien para el gancho de izquierda y se lo dije a Casanovas, pero Oscar quería que lo aguantara. Cada vez que yo le amagaba, se cubría como podía- Entonces pensé que tenía que hacer las cosas como yo quisiera, no de otra manera. ¿Qué podía perder?. Estaba seguro de que lo ponía... Dí un paso adelante, giré el cuerpo y le mandé un gancho de zurda al hígado, combinando la misma mano en cross al menton y, cuando ya caía, le pegué una derecha a la oreja, en cross. Voló por el aire, totalmente nocaut. Cuando me fuí al rincón que daba a Madero y Corrientes, sabía que no podía levantarse más y cuando el referí (Hiram Patricio Núñez) le contó el out, todavía estaba borracho...
Era la primera vez en la historia que un campeón mundial en vigencia perdía, y por nocaut, en nuestro país.
Su estilo, aún hoy, visto a través de fugaces cortos de los noticieros, venido de un tiempo lejano y legendario -blanco y negro, imágenes fragmentadas- sigue siendo el clásico boxeo de todos los tiempos, que como los Rolex o los Rolls Royce, jamás pasan de moda.
Un clásico, el negro Thompson -pantalón y botitas blancas- partiendo de su esquina para desparramar talento, alegría, vibración, estilo y personalidad.
Un monumento al boxeo.
CARLOS IRUSTA
Fotos: archivo "El Gráfico"
Edición 4102
19 de mayo 1998
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