“Kid Pambelé”
Nació en 1945, en un humilde hogar en el Palenque de San Basilio. Vivió su niñez y adolescencia en un barrio popular de Cartagena. Trabajó como embolador y vendedor de cigarrillos. Desde niño practicó el boxeo; primero en la calle y luego en el gimnasio de Prada. Se inició como profesional en 1964, espoleado por la precariedad económica. Tres años más tarde entró a la cuerda del empresario venezolano Ramiro Machado, quien le consiguió una pelea por el título de los Welter Júnior, ante el campeón argentino Nicolino Loche. El combate se efectuó en Buenos Aires, en diciembre de 1971: Pambelé perdió por decisión unánime de los jueces. En Panamá, el 28 de octubre de 1972, Antonio Cervantes consiguió el primer título mundial de boxeo para Colombia en la categoría de las 140 libras, ante el campeón panameño Alfonso "Pepermint" Frazer. En diez ocasiones, en un lapso de tres años, defendió con éxito su título orbital, pero el 6 de marzo de 1975 lo perdió ante el puertorriqueño Wilfredo Benítez por decisión dividida de los jueces. Dos años después, en Maracaibo, recuperó el cinturón de los Welter Junior ante el argentino Carlos María Jiménez; título que revalidó en seis defensas efectuadas a lo largo de tres años. En Cincinnati (Estados Unidos), en julio de 1980, fue derrotado de forma definitiva por Aaron Pryor. Para la posteridad quedaron las hazañas de uno de los héroes más queridos y venerados del deporte colombiano, que hoy se haya perdido en el oscuro mundo de la droga.
Durante más de dos años, Alberto Salcedo Ramos vivió e investigó la historia de Antonio Cervantes, Kid Pambelé, la máxima gloria del boxeo colombiano. El resultado fue El Oro y la Oscuridad, un formidable libro que pinta la vida de un hijo de la cultura afro. Bella joya del periodismo moderno.
Por Joaquín Mattos Omar
Todo: su dura pero aún no famélica infancia como vendedor ambulante de pescado en San Basilio de Palenque; las postrimerías de su niñez y su adolescencia entera, duras y famélicas, en el barrio Chambacú y en el Camellón de los Mártires de Cartagena de Indias, cuando fue embolador y vendedor de cigarrillos de contrabando; sus comienzos mediocres como boxeador utilizado sólo como relleno de carteleras; su partida a Venezuela a finales de 1968; su admisión, a principios de 1969, en la cuerda de Ramiro Machado, donde el mago Melquiades labraría el diamante en bruto que él era; su técnica y su táctica boxísticas, tan exquisitas como eficaces; su ascenso a la gloria en 1972; su descenso al infierno en 1980, en el que arrastró consigo a sus familiares y a sus hijos; sus accesos de ira, sus escándalos públicos y sus delirios de eterna grandeza; la raíz psicótica de sus desafueros; su incesante peregrinaje por el país; su bondad, su generosidad...Todo: su cuento completo.
Salvo que “La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé” no está contada así en ‘El oro y la oscuridad’, el reciente y magnífico libro del periodista barranquillero Alberto Salcedo Ramos, publicado por la Editorial Random House Mondadori; quiero decir, no en ese convencional orden cronológico ni con las simplificaciones que caracterizan el anterior resumen. Por el contrario, entre las virtudes de este gran reportaje biográfico, sobresale el uso de un punto de vista temporal discontinuo, zigzagueante, con sucesivos saltos hacia adelante y hacia atrás, lo que, a su vez, permite administrar mejor el interés del lector mientras sigue esta apasionante historia como si la viera pasar delante de sus ojos, pues la riqueza y la precisión de los detalles (que incluyen el registro del más mínimo gesto de su protagonista y de sus demás personajes, así como su correspondiente interpretación psicológica) hacen del relato un vivo cuadro animado.Gracias a ello, Salcedo Ramos logra que uno se acerque, hasta tocarlo, al corazón mismo —en carne viva y desnudo— de la terrible crisis humana de Pambelé, de tal modo que uno acaba comprendiéndola y compadeciendo a su víctima, y escapando así, en consecuencia, de la actitud ciega e intolerante de las multitudes iracundas que, en presencia de sus tristes y lamentables escenas, le gritan: “¡Quédate quieto, loco hp…! (...) ¡Lárgate rápido para el manicomio! (...) ¡Tú crees que te puedes pasar toda la vida en la misma m…! (...) ¡Saquen a patadas a ese loco!” (pp. 130 y 132). Y es que uno de los temas que con más profundidad interroga este libro es justo la causa de estos frecuentes arrebatos, tropeles y desvaríos del gran palenquero. Para ello, acude a distintas fuentes —en general, ‘El oro y la oscuridad’ está construido con los testimonios de cerca de sesenta personas que pasaron por cada una de las etapas de su vida—, fuentes que ofrecen distintas explicaciones al respecto. En resumen, son cuatro las razones a las que atribuyen el problema de Pambelé, a saber: 1. Nacido y criado en la pobreza, no tuvo la ecuanimidad suficiente para asimilar el impacto de pasar de un día para otro a la opulencia. 2. Su adicción a las drogas duras, a la que fue inducido por sus nuevos amigos ricos. 3. Su aferramiento obsesivo a su pasado exitoso, que lo mantiene fijado en la idea de que su condición de campeón mundial es perpetua. 4. “El no haber conservado su arraigo social cuando fue campeón”, como sí lo hizo, por ejemplo, Rodrigo Valdez, y haber cedido, por lo tanto, a la tentación del rastacuerismo.“Salcedo Ramos logra que uno se acerque, hasta tocarlo, al corazón mismo — en carne viva y desnudo— de la terrible crisis humana de Pambelé”
Y la quinta razón constituye una explosiva novedad, al menos para el redactor de esta columna: Antonio Cervantes, según el psiquiatra Christian Ayola, que ha atendido su caso en el Hospital San Pablo, de Cartagena, padece un trastorno bipolar afectivo (“lo que anteriormente se conocía como enfermedad maniaco-depresiva”), ¡un mal genético heredado de su madre Ceferina Reyes! Así que “las drogas y el alcohol no ocasionaron el problema de Pambelé (...), sino que lo agravaron” (pp. 46 y 47). De acuerdo con esto último, sus desbarajustes emocionales no son exactamente el resultado de una posesión luciferina, como piensa su hijo venezolano Daniel Antonio Cervantes Bastardo (que es su hijo legítimo), sino de una posesión ‘lu-ceferina’, lo que, por otra parte, es corroborado por Julia Cervantes, una hermana del ex campeón, quien atestigua que doña Ceferina Reyes “ha padecido crisis nerviosas severas, al igual que sus hermanos Pablo e Idelfonso” (p. 124).
En cualquier caso, por cuenta de esos delirios, las heridas que jamás recibió en el ring se las han causado muchas veces después de su retiro del boxeo, en los lugares más disímiles y con toda suerte de objetos contundentes y cortopunzantes; y se ha vuelto, además, “inquilino asiduo de calabozos y hospitales” (p. 26). Asimismo, de las extravagancias que, según cuenta este reportaje que se lee como una ‘nouvelle’, suele hacer nuestro héroe en desgracia en medio de esos ataques frenéticos, ninguna resulta tan conmovedora, excepto sus llantos de niño desamparado, como ésa de exclamar, con su voz de trueno y a grito herido (del mismo modo que Johnny Weissmuller, anciano y con la razón perturbada, lanzaba sus alaridos de Tarzán): “¡Nojodaaa, yo soy el campeón mundial, Kid Pambeleeeé!” Dos detalles más para resaltar contiene este libro. Uno es esta escena: en su lecho, mientras moría de cáncer, Amelia Bastardo le tomó la mano a su hijo Daniel Antonio Cervantes y le pidió que fuera a Cartagena a buscar a su padre; como ven, es una asombrosa imitación que un pasaje de la vida de Pambelé hace del primer episodio de ‘Pedro Páramo’.
El otro es el planteamiento de este enigma: ¿dónde está el anillo de oro que la Asociación Mundial de Boxeo le dio a Cervantes como símbolo de su inclusión en el Salón de la Fama en 1998? Sin duda, esta joya reviste ya para nosotros el carácter de grial, cuya búsqueda, propongo, debe emprender ya mismo una arturiana cruzada nacional. ‘El Oro y la Oscuridad’ está escrito en una prosa estupenda, límpida, de una gran calidad narrativa, cuyo curso se desliza sin el menor tropiezo y cuyo hilo teje una estructura en la que las partes están meticulosamente enlazadas una con otra y el todo guarda una cohesión general magistral. Por eso esta obra confirma lo que desde hace algunos años vengo pensando y que es lo mismo que Daniel Samper Ospina afirma sin el menor titubeo en el prólogo: hoy por hoy, Alberto Salcedo Ramos es “el mejor cronista literario que tiene este país”.
70 testimonios de quienes hiceron parte de la vida del Kid Pambelé enriquecen el libro sobre su vida, escrito de forma magistral por Alberto Salcedo Ramos.
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